leyendas de Guatemala
Leyenda de El Sombrerón
El Sombrerón es una de las leyendas más populares de Guatemala. Se trata de un personaje legendario de la tradición oral guatemalteca también conocido como el Tzitzimite, el Tzipitío o el Duende. Se lo describe como un enano o un hombrecito de muy corta estatura (aproximadamente medio metro de alto) que lleva un enorme sombrero con el que esconde la mirada y sus sucias intenciones. En el hombro lleva una guitarra endemoniada con la que da serenata y enamora a las mujeres bellas de ojos grandes y pelo largo que tienen la mala suerte de llamar su atención.
Hay muchas versiones de la leyenda de El Sombrerón. En unas viaja en una mula en la que lleva carbón. En otras versiones son cuatro mulas o un brioso caballo negro. Su piel se ve oscura y su vestimenta negra por el polvo de carbón que lleva en el lomo de su montura. De su ropaje únicamente sobresale un cincho grueso con brillante hebilla, y unas botas de charol con espuelas de plata y taconcito cubano con las que hace mucho ruido al caminar o bailar.
Cuenta la leyenda que el Sombrerón era un carbonero de Guazacapán, en el departamento de Santa Rosa. Otras versiones indican que era un ranchero que llegó a Guatemala procedente del norte de México a mediados del Siglo XVIII. Lo cierto es que la leyenda se origina justo antes de los terremotos de Santa Marta en 1773, cuando la capital de nuestro país todavía se llamaba Santiago de los Caballeros de Goathemala, luego del suicidio de un hombre que había sido condenado por el tribunal de la inquisición a llevar un enorme sombrero y que se había convertido en objeto de burla de toda la ciudad. Tras su muerte, las personas temían salir por las noches y toparse con el espíritu del Sombrerón.
Se dice que el Sombrerón es un ser maligno muy galante, enamorado y seductor empedernido, y que sabe entrar a las casas sin abrir las puertas. Aparece a la hora del crepúsculo y recorre las calles y los barrios de la ciudad. Cuando ve a una hermosa jóven de ojos grandes y cabello largo, amarra su mula al poste de la casa donde vive ésta, toma su guitarra y empieza a cantar una ranchera que acompaña con el taconeo de sus botas. Si la mujer se asoma a su ventana al escuchar la música y mira al Sombrerón, caerá irremediablemente bajo el embrujo de su dulce voz. A partir de ese momento el Sombrerón la visitará todas las noches para darle serenata, hasta ganarse su alma.
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